A lo largo de las últimas décadas hemos experimentado una revolución constante, silenciosa e incisiva: la incorporación de las tecnologías digitales a nuestra vida cotidiana. Primero vinieron los ordenadores personales, después internet y la televisión digital…; actualmente hay muy poca gente que no lleve un teléfono móvil pegado a su cuerpo, como si fuera una extensión del mismo.
Con la pandemia provocada por el covid-19, la presencia de lo digital se ha multiplicado exponencialmente: tele-trabajo, tele-enseñanza, tele-asistencia médica, tele-ocio y hasta tele-deporte… Todos estos escenarios han llegado a resultar no sólo verosímiles, sino incluso comunes y corrientes.
De buenas a primeras, las tecnologías informáticas se presentan como nuevas herramientas y nuevos procedimientos para llevar a cabo las mismas actividades de siempre. Pero, en realidad, tales medios implican transformaciones mucho más profundas. Salta a la vista, por ejemplo, que el uso generalizado del WhatsApp y de las redes sociales está cambiando en cierta medida nuestras relaciones interpersonales y nuestros hábitos lingüísticos. Y hay otros casos igualmente palmarios: internet abre posibilidades hasta ahora inimaginables de acceso a la información, arrojando la impresión de una disponibilidad total e instantánea del conocimiento. Sin embargo, nunca ha sido tan difícil distinguir el grano de la paja dentro de ese océano de datos. Internet se presenta como un foro mundial de comunicación, en el que cualquiera podría difundir su mensaje con absoluta libertad, si consigue recolectar un auditorio. Sin embargo, al mismo tiempo esta red global da lugar a mecanismos de control y de dominación pavorosamente inquisitivos.
Lejos de constituir dóciles instrumentos a nuestro servicio, las tecnologías digitales dominan hoy en día el corazón de la vida terráquea. De hecho, están instituyendo nuevos modos de actuar, pensar, producir, recibir, compartir y habitar. ¿En qué consiste la supuesta «brecha» entre lo digital y lo analógico? ¿Cómo afectan estas nuevas técnicas a la vida cotidiana del común de los mortales? ¿Hasta qué punto dependemos de ellas? ¿Qué consecuencias tiene lo digital para la educación, para la formación y, en general, para la vida del saber? ¿Qué efectos produce internet sobre el espacio comunitario y político?
Incluso cabría pensar que el empoderamiento de la realidad virtual implica, a la postre, una nueva concepción de lo real, que pasa por nuevas articulaciones y vivencias del espacio y del tiempo. Ciertamente, quienes rondamos los cincuenta años de edad, y por tanto guardamos memoria de un pasado analógico, no podemos dejar de mirar a las nuevas generaciones con marcada curiosidad: ¿serán estos «nativos digitales» el mismo tipo de bicho humano que somos nosotros?
Este taller tiene por objeto aportar algunas perspectivas de análisis sobre la coyuntura mencionada: el advenimiento de la «era digital». Procuraremos evitar posiciones extremas o maximalistas, ya vengan del optimismo ingenuo o de un pesimismo apocalíptico. Antes de juzgar, antes de tomar partido, intentaremos comprender. Trataremos de pensar lo digital. Haremos, pues, lo que siempre hace la filosofía: «dar un paso atrás» (Heidegger) para distanciarnos de lo que hay; «suspender el juego que ya estábamos jugando» (Marzoa) para poder ver en qué consiste ese juego.
Comenzaremos por echar un vistazo general a la situación, para recopilar los diversos aspectos a los que afecta la «virtualización del mundo». En la difusión de la información, en la producción y comunicación del saber, en la enseñanza, en nuestras relaciones sociales, en el comercio, en el ejercicio de la ciudadanía, en la institución y realización del poder político o económico… ¿qué ha cambiado?, ¿qué está cambiando?
De entrada, «digital» es «lo codificado en bits». Simplemente se trata de un nuevo código y de un nuevo soporte para conservar, transmitir y generar información. ¿En qué se diferencia y en qué se parece lo digital a otras tecnologías de la información, como la escritura alfabética (manual, impresa) o la representación pictográfica? ¿Hay aquí un salto tan grande como para que podamos hablar de una «nueva era» en la evolución del homo tecnologicus? ¿Qué condiciones novedosas instaura el código digital por sí mismo?
Las recientes «tecnologías de la información y la comunicación» (TICs), de carácter digital, han venido a superponerse sobre los tradicionales medios de comunicación de masas (periódicos, radio, televisión); unas y otros contribuyen a diseñar, junto con otras instancias, el mundo en que vivimos. Para describir ese mundo, se han acuñado expresiones muy elocuentes: «sociedad de la información» (Y. Masuda, 1980; Castells, 1996) y de la «comunicación», «sociedad del espectáculo» (G. Debord, 1967), «sociedad transparente» (G. Vattimo, 1989) o «de la transparencia» (B.-C. Han, 2012), «sociedad del cansancio» (B.-C. Han, 2012), «estetización del mundo» (G. Lipovetsky y J. Serroy, 2014), «sociedad de la imagen» o «época de la imagen del mundo» (M. Heidegger, 1938). ¿Cómo es y puede llegar a ser esta tierra atravesada de redes informáticas?
La digitalización transforma los modos de hacer comunidad, articular el espacio político y participar en él. Para unos, abre posibilidades prometedoras en la comunicación ciudadana y en el desarrollo de la democracia. Para otros, alienta mecanismos de soberanía netamente antidemocráticos, a los que se ha llamado, por ejemplo, «biopolítica» (M. Foucault, 1974) o «psicopolítica» (B.-C. Han, 2014). Sea como fuere, la gestión institucional de la crisis del covid-19 ha dado un importante giro de tuerca a esta situación. ¿En qué punto nos encontramos actualmente?
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